Este es un problema que generalmente se asocia al diagnóstico de déficit atencional. Los niños no solo tienen dificultades en el colegio para poder absorber los contenidos de las clases que se les entregan, sino que, al leer en la sala o en la casa, no son capaces de poner su mente en el foco que es realmente importante, de modo que no pueden avanzar en sus materias ni en clases, ni teniendo el mejor de los deseos de ponerse al día con un libro o con el cuaderno de un compañero.

Esto se ha ido poniendo de moda, especialmente porque el tema de la competitividad está de moda. Es cierto que un niño feliz no es el que más sabe y el que se saca las mejores notas, pero, no deja de ser frustrante, para el que, queriendo aprender, no es capaz de atender y concentrarse en lo que se le enseña. La autoestima es una cuestión bastante asociada a la personalidad, pero lo que baja en estos niños es el autoconcepto. El “cómo me ven los demás”. Es no poder saber lo que quiero, y por lo demás es saber menos de lo que saben los demás. Aquí es dónde radica la importancia del tratamiento. No porque haya que ser simplemente el mejor, sino porque el niño también quiere satisfacerse en sus propios logros, y, sabiéndose inteligente, no es capaz de poner en práctica esta inteligencia, ya que no puede archivar lo que interesa, lo que realmente importa para avanzar.

Esto también se ve en la vida diaria de la actividad laboral. Especialmente cuando ha habido antecedentes en la niñez. A esto se le llama hoy en día el déficit atencional del adulto, y que debe tratarse en forma similar a la niñez.

Por otro lado, está el ámbito emocional. Esto complica el rendimiento en el niño y en el adulto, y debe ser evaluado con mucha precisión, de modo de saber cuando el sufrimiento emocional es la causal de la desconcentración y la inatención.